Síntomas
Cambios sensoriales (hormigueo y entumecimiento en las piernas)
Fatiga
No puede andar, apenas tiene fuerzas para hablar
Sensibilidad a los sonidos y olores
Desmayos (hipotensión ortostática)
Problemas de memoria
Dolores y cólicos
Cambios sensoriales (hormigueo y entumecimiento en las piernas)
Fatiga
No puede andar, apenas tiene fuerzas para hablar
Sensibilidad a los sonidos y olores
Desmayos (hipotensión ortostática)
Problemas de memoria
Dolores y cólicos
Poco después de volver de estudiar en Sudamérica, empecé a sentir que mi cuerpo se apagaba poco a poco. Cada vez tenía menos fuerzas para hacer planes o simplemente para levantarme de una silla.
La primera vez que fui a urgencias me diagnosticaron una infección renal y me mandaron a casa con antibióticos.
A medida que pasaban los días y tomaba el antibiótico, sentía cada vez menos mi cuerpo y pasaba todo el tiempo en el sofá de casa. Un día, cuando intenté ponerme de pie, no fui capaz. Perdí la sensibilidad en las piernas. Además, empecé a tener problemas sensoriales. Los productos químicos me hacían mucho daño, algunos sonidos me hacían retorcerme de dolor.
Después de muchas pruebas y «pequeños diagnósticos» que no eran del todo correctos, me remitieron a un neurólogo. Un día, al salir de la consulta, me caí al suelo y me bajó la tensión. En ese momento, el neurólogo me ingresó en el hospital.
En el hospital me hicieron muchas más pruebas, de todo tipo, para descartar distintas enfermedades. Además, como acababa de volver de Sudamérica, me hicieron pruebas para detectar diferentes virus y bacterias que viven en esos países. Pero no encontraron nada.
Finalmente, el equipo médico encontró un rastro de la bacteria de Lyme en un análisis de sangre.
Como la enfermedad de Lyme podía explicar potencialmente los síntomas que tenía, el equipo médico decidió realizarme una punción lumbar para ver la extensión de la bacteria y encontró pruebas de que había bacterias de Lyme en mi cerebro.
Después de que me diagnosticaran la enfermedad de Lyme, tomé antibióticos durante tres semanas. Por desgracia, este tratamiento no alivió mis síntomas. Cada vez tenía menos fuerza y más dolor, había días que no podía más y me sentía completamente agotada.
Mi equipo médico decidió administrarme otra segunda tanda de antibióticos por vía intravenosa en ingreso domiciliario. Una vez más, el antibiótico me dejó exhausta y no me sentí mejor. A pesar de todo, el fisio acudía una vez al día para ayudarme a mover el cuerpo.
Los fuertes antibióticos habían eliminado de mi cuerpo cualquier rastro de la bacteria de Lyme, pero mis síntomas no desaparecieron milagrosamente. De hecho, tras el tratamiento me encontraba en peor estado, y era poco lo que el sistema médico podía ofrecerme.
Decidí probar tratamientos alternativos y medicina natural. Podría contar muchas cosas sobre este proceso, que además fue muy largo… pero digamos que tomaba 30 pastillas al día y seguía encontrándome mal.
Una mañana, cuando me desperté, me sentía un poco mejor. Seguía muy mal, pero me apetecía dar una vuelta a la manzana del edificio. Poco a poco, cada día durante 5 minutos, salí e intenté tumbarme el menor tiempo posible.
Empecé a sentirme un poco mejor y eso me animó a seguir dando esos pequeños paseos y a ver la vida de otro color. Ahora que estoy recuperada al 100% (y mi sistema nervioso central también), veo que necesité toda la fuerza que le quedaba a mi cuerpo para volver a ponerme en pie. Tomé la decisión de que tenía que recuperarme sola, aprovechando cada pequeña mejoría, y me puse a ello.
Mi médico de cabecera me dijo que tenía una amiga, también médico, que impartía un curso de reeducación cognitiva. Como yo todavía estaba bastante débil, mi madre fue la que hizo el curso, y cuando llegó a casa me lo contó y me fue explicando todo poco a poco.
Fue entonces cuando me di cuenta de que la bacteria ya había desaparecido. Aprendí que no es lo mismo tener daño (enfermedad de Lyme) que dolor (síntoma).
Comprender esto me dio la confianza para aprender a olvidar las molestias (lo que a veces no era fácil) poco a poco.
Fue un proceso muy largo, en el que muchas personas de las que esperaba amor incondicional empezaron a distanciarse: no entendían la enfermedad o simplemente no querían preocuparse por ella, y se marcharon. Ahí empezó el peor dolor, el emocional. Por suerte, tengo a mi madre y a mi hermano, que siempre estarán a mi lado.
Hoy estoy recuperada, trabajando como educadora social (mi gran pasión), y en el momento más feliz de mi vida. Miro la vida con otros ojos, y es maravilloso. Hoy sólo veo cosas positivas que me ha dado la enfermedad, porque he crecido como persona y puedo estar escribiendo esto para ayudar a gente que está pasando por lo mismo que yo pasé.